sábado, 23 de febrero de 2013

De Nuevo en Casa: ¿Qué es esta Soledad?

Llegas a casa, por fín. Una nube de polvo que se precipita sobre tí tras el chirrido de la puerta te da la bienvenida. Toses, dispersas la polvareda con tu mano libre. Caminas sin rumbo por esas cuatro paredes que albergaron toda tu infancia. Hoy ya no queda nada, sólo algunos muebles viejos que decidieron no emigrar junto a la gente. sólo algunos papeles inútiles que se aferraron a ese sitio el cual, supuestamente, sería utilizado por tus padres para vacacionar alguna vez.
Revisas las habitaciones, en una encuentras una cama, sacas de un pequeño cajón una sábana limpia y la tiendes; aún guarda el aroma del detergente que usó mamá todos esos años de infancia: Qué olor tan agradable, tan relajante, tan cálido. Te adormeces al instante, pareces escuchar el arrullo de mamá, aquel cántico que exorcizaba tus miedos y te desterraba al infinito mundo que ambos construyeron en base  a cuentos e historias que escuchabas con toda vivacidad y emoción directo de la mente de mamá. Ella fue la arquitecta del mundo que tú, en un acto de madurez insensata, catalogaste de perfecto, y luego destruiste. 

Abres los ojos...
Estás solo...



¿Qué es esta soledad?
¿Qué es esta pétrea sensación
de no saber si vives y me esperas
o si has muerto?
¿Qué es este distante sentimiento
al que mantengo atada una esperanza inválida?
¿Qué es esta necesidad de fustigarme el alma
con el recuerdo de tu risa enamorada?
¿Qué hace este nudo en mi garganta?
Si yo elegí el destierro...
Si yo no te pertenezco...
Algo pasa...
Algo pasa...
Algo pasa...
Algo pasa, algo pasa, algo pasa,
algo pasa y no lo entiendo.

¿Qué hace esta soledad
ocupando el universo que era nuestro?
¿Qué hace esta soledad 
concluyendo mis derivas en soñarte?
¿Qué hace esta soledad
rompiéndome el semblante con tu nombre?
¿Qué es esta soledad?
...
¿Desde hace cuanto?







No puedes dormir.
El silencio es demasiado como para concentrarse en algo, sólo te hace "estar", te distrae, te preocupa, provoca el efecto contrario al que se espera. No es un silencio pacífico.

-Algo pasó en Ciudad Poniente- Te dices.

Sabes que no descansarás hasta saber qué fue...




sábado, 9 de febrero de 2013

Legado Vagabundo 2: El Callejero

Despiertas con el sol de mediodía dándote justo en la cara, no te diste cuenta en qué momento habías quedado dormido; el mar está tranquilo y la dura piedra sobre la que dormiste aun conserva parte de la humedad que la lluvia de anoche. No hay rastro de tu maletín, no sabes si quedó en el bar mientras bebías, lo robó alguien que se acercó a ver si estabas aún con vida o se lo llevó el fuerte oleaje que anoche rompía con fuerza en el sitio en que ahora permaneces sentado.

Es momento de volver al hogar, prolongaste esa espera por mucho tiempo, ya es suficiente. Caminas con rumbo al que alguna vez fue tu hogar, antes de que mamá y papá emigraran, antes que Pedro y Joaquín salieran en busca de nuevas oportunidades. Aquella casa debería estar derrumbándose por el paso del tiempo, estás casi seguro de ello.

La aspereza de las calles te trae a la mente recuerdos de Camilo, aquel viejo amigo que abandonó ciudad poniente antes que todos.



Otro amanecer, cada día que pasa las calles me parecen menos duras, creo que me estoy acostumbrando a vivir así, tal vez no nací con la dicha del calor de un hogar ni una familia que me quiera y me proteja, pero aun creo que puedo ser feliz, de alguna manera u otra, sé que llegará el día en que no halla más sufrimientos; mi rutina no ha cambiado mucho en todo este tiempo, despertar, levantarme del frío piso, estirarme, darme una sacudida para espabilarme, un ligero estiramiento, ir a la fuente a beber algo de agua, y después pasear por el mercado en busca de algo que se pueda comer, una vez conseguido ello salir a dar una vuelta con mis amigos y terminar muy entrada la noche, con algún cántico de soledad y tristeza, sólo.

Mis amigos dicen que es muy corta mi edad como para ser un vagabundo, la mayoría de ellos aseguran haber formado parte de una familia antes de acabar en las calles, algunos cuentan haber huido de sus casas y muchos otros, los más ancianos, dicen haber sido echados como viles objetos sin valor alguno. Todos, sin excepción, cuentan lo maravilloso que es haber tenido un hogar cálido, una familia que te quiere, comida las tres veces al día, personas con quienes compartir todo; cuentan esto con tanto anhelo, y con tanta frecuencia que a veces siento la impetuosa necesidad de callarlos, de decirles que esos tiempos jamás volverán y que acepten la vida que les correspondió, aunque en el fondo quisiera vivir eso que dicen, saborear aunque sea por un momento las delicias del cariño, del amor.

Duermo mirando la luna casi a diario, esta última noche lo hice llorando, pensando en que tal vez podría tener una familia y ser querido como alguna vez los fueron otros. Con toda mi pena me levanto cada día para lo mismo, al estirarme me doy cuenta que tengo lastimada una pierna, recuerdo que ayer un hombre, en un arranque de ira, me lanzó una gran piedra cuando robé un pedazo de bistec de su local, la gente suele ser cruel con nosotros los callejeros, no nos comprenden; el dolor es muy fuerte, pero el instinto por sobrevivir lo es más. Voy cojeando hacia la fuente, a beber un poco de agua, al mirarme en el espejo de agua recuerdo un sueño que tuve: me encontraba sano, limpio, en un hogar acogedor, con una buena familia que me quería mucho, podía jugar, no me costaba ser feliz, sin embargo era sólo un sueño, un sueño que jamás se volverá realidad, pues yo había nacido en las calles, y ahí, en esas calles, seguramente iba a encontrar mi final.

Mientras me encaminaba a ver a mis amigos vi como un viejo pordiosero pedía limosna, lo miré con cierta curiosidad, al parecer el dar lástima era un buen negocio, así que intenté hacer lo mío en otra esquina, me senté y miré a la gente que pasaba delante de mi; al parecer funciona eso de implorar misericordia porque algunas personas se acercan a mi, ven mi cara sucia y mis ojos llenos de ilusión, y me ofrecen algo que comer; para mi corta edad es muy difícil conseguir alimento por mi mismo, así que acepto todo lo que me dan de muy buena gana; una niña, que pasó junto a un pequeño muchacho de su edad, se detuvo y me ofreció un trozo de pan, fue la primera vez que me sentí querido, el mirar aquellos ojos llenos de ilusión al igual que los míos me hizo crear mil fantasías, miles de sueños en los que me encontraba jugando feliz, y quise seguir a esa niña hasta el final, pero su compañerito me rechazó y ella optó por ignorarme; así de difícil resulta entregarle el corazón a alguien en esta ciudad, debo aceptarlo, me ilusiono fácilmente, y la gente de aquí suele ser bastante cruel conmigo; mi corazón no es muy distinto al de muchos hombres, que a la primera muestra de cariño se entregan sin condición, sin importar ser lastimados, aunque sufran al instante siguiente…

Al encaminarme hacia el mercado, uno de mis amigos me detiene, dice que algo malo le pasó al Tigre, ambos corremos hacia donde estaba, mi andar era lo más apresurado que podía, dado la situación en que me encontraba; llegamos hasta el callejón casi abandonado en el que nos reuníamos siempre, pues ahí la gente llega a tirar sus desechos y a veces logramos encontrar algo importante entre tanta basura; ahí se encontraba tirado, callado, frágil, sollozando, había sangre en su boca y su mirada perdía el brillo habitual, al verme trato de levantarse, pero su debilidad se lo impidió, sé que me quiso decir algo, pero un último coagulo de sangre terminó por ahogarlo, callándolo para siempre.

Yo no sé qué maldición estamos pagando, no tengo idea qué diablos hicimos en otra vida para pagarlo con una existencia así; sin embargo, aquí estamos. Volveré otra vez a aquel rincón a dormir, triste, abandonado, sólo, sin saber cómo terminé aquí, ni que será de mí más adelante; pese a ello, aun albergo la esperanza de algún día encontrar alguien que me quiera, que me proteja, porque en realidad es dura la vida en las calles, y más para un vagabundo como yo;  anhelo no ser más ese que roba comidas, esa criatura indeseable que a la gente le es indiferente o incómoda a su vista, al grado de lanzarnos piedras, porque ya somos muchos los que abarrotamos las calles, los que hacen ruido en las noches con sus cantos de soledad, los vagabundos, los perros callejeros…


Podrás llamarme perro callejero
por entregarme a cambio de un cariño,
sé que mi amor no es el mejor, peor es sincero
porque es amor de niño…
 
 
 
Cuando Camilo apareció no lo querías, pero "Ella" logró convencerte de frecuentarlo, de llevarle comida y jugar con él... pronto te encariñaste con ese animal que hasta sus últimos días les fue fiel a ambos. Tuvo una de las mejores vidas que un perro puede tener, siempre feliz de verlos, siempre al pendiente de sus juegos, un perro que vivió en la frialdad de las calles con el amor que ambos le brindaron: un amor libre que nunca le ató, pero al que nunca renunció...

jueves, 31 de enero de 2013

Un Mar de Noche 2: Noches Después

Sales del bar, está muy oscuro,  gastaste hasta el último centavo en cerveza y botanas, no tienes hambre, pero tampoco dinero.
Caminas, no sabes exactamente el rumbo debido a lo aturdido que te sientes; a breves pasos serpenteando llegas hasta el peñasco que viste al atardecer, el viento es fuerte, las olas salvajes, el mar está vivo y enojado con las rocas.

Te sientas a mirar las estrellas y el viejo faro que se ve a la distancia, es una maravilla el cielo apuntalado de diminutas luces, como si el día estuviese cubierto por un manto negro pero con pequeños orificios que dejan colarse a la luz. Permaneces sentado por un largo tiempo mientras intentas formar figuras uniendo los puntos en el cielo.

Te incorporas nuevamente, una inmensa nube amenaza con precipitarse, pero aún no te quieres ir.

— Amigo... — dices en voz baja...




Amigo, he venido a verte, a pesar de la borrasca,
no reproches la tardanza, tú conoces mis retardos.
y dime... ¿Cómo has estado?, ya hace mucho de mi ausencia,
se acabó la primavera, ya soy preso del ocaso.

Amigo, no viene al caso, el por qué del nuevo encuentro.
Vamos a hablar de recuerdos, ya estoy briago de nostalgia,
derramemos la esperanza que nos ha mentido tanto,
para hacer ligero el tiempo, para que no pese el llanto...

¿Recuerdas la tierna niña? La de avenida oriente,
la de carita inocente y mirada de destello,
la que te puso aquel sello como enfermo de la vida,
la que provocó tormentas a la luz de un bello día

Recuerdo cuando llegó ella: esa tu fatal conquista,
la que con sólo mirarte la borrasca volvía brisa;
la dueña de los instantes que viviste en la bonanza,
la mujer que iluminó tu terrible desgracia...

¿Recuerdas qué feliz eras? ¡Cuánta envidia al sólo verlos!
y ahora resta oscuridad, el peñasco está desierto,
la penumbra te hizo velo, y el silencio prisionero,
navegaste el mar de noche para ahogar la soledad...

No hay destino amigo mío, más que el hecho día con día,
y tu barco a la deriva no podrá topar con tierra;
lástima por esa niña que aun te llora si recuerda;
no valía tanto la pena comprar olvido a las piedras...

Amigo, preciso irme, se aproxima una tormenta,
volveré en cualquier momento, aún mantengo esa promesa,
no es ni llanto ni tristeza, me cayó algo de arena,
amigo, es la despedida, se acabaron las rimas y es un lastre mi cansancio,
volveré a este mar de noche, mientras no me falte vida...


lunes, 28 de enero de 2013

Legado Vagabundo 1: Ampolletas de Felicidad

Agotado, agobiado...

comes un puñado de cacahuates para minimizar el efecto de la cerveza, consumes la séptima cerveza mientras echas un vistazo a tu cartera: sólo te queda un billete grande, en este momento ya no te importa gastarlo.


La música se ha vuelto más alegre y han llegado más personas; tú sigues en el mismo lugar, rechazando las peticiones e incluso las conversaciones de personas que se te acercan. Cansado de que se te acerquen, aceptas invitar una copa a una prostituta no tan vieja; enseguida, ella comienza a hacerte plática mientras te toca; quitas su mano de tu entrepierna y continúas platicando con ella, no quieres una aventura, no quieres otra cosa que no sea platicar... 


En un acto subliminal, recuerdas por qué llegaste a Ciudad Poniente, el motivo por el cual viniste a la decadencia, al lugar que no perteneces, pero en el que debes estar: ella...


Te maldices... 


Sonríes, y pides otra cerveza...

El hospital de la esquina,
se ha colmado de pacientes,
los heridos, los que mueren,
y otros tantos que ahí atienden....

Juego con la herida que no pretende sanar,
una enfermera suicida me seduce con frialdad,
fingiré que ella es bien que necesito
aunque mañana vuelva a ser lo mismo...

Ampolletas de felicidad, suero que me da vida,
puedo curarme sólo, contagiarme de otro mal que no seas tú,
¡Qué ineptitud! pero es normal, todos lo hacen;
aunque la herida no me cure, me olvido de este dolor
me olvido que existes, me olvido que existo yo,
sólo existe un sopor etílico y mi risa,
la enfermera torna a mi dolor sumiso,
se cura la herida, y encuentro el olvido.

Aunque mañana vuelva a ser lo mismo....




jueves, 24 de enero de 2013

Pequeña Eternidad 1: Alcohol

No hay nadie ahí, tal vez fue un juego de tu traviesa imaginación, te dices tratando de consolarte. Se te escapa una lágrima al recordar aquellos largos momentos a su lado, era tu mejor amigo, no es para menos; y aunque no tiene mucho caso recordar los momentos tristes, de alguna manera intentas maltratar tu estado de ánimo con ellos, -fue por ello que volviste, ¿no?- aún lo sigues pensando mientras pierdes de vista el acantilado y el sonido de las olas rompiendo se hace cada vez más tenue, siendo suplido por el sonido de boleros sobre corazones rotos. 

Este es tu lugar...

Se llama "El Edén ", una cantina-prostíbulo que funciona de seis de la tarde a cuatro de la mañana. Al entrar puedes percibir un penetrante aroma a cigarro, y a un dulce, hostigador, perfume barato. el lugar tendrá unas veinte mesas y tan sólo cinco o seis se encuentran ocupadas; en algunas unos señores besan a las prostitutas gordas que atienden el lugar, mientras otros acuden ahí a llorar sus penas. Ninguno parece feliz.

Te diriges a la barra, en el trayecto una prostituta te aborda y te pide le invites una copa. No quieres platicar con nadie, la rechazas con una sonrisa y continuas tu camino. Aquella mujer, ebria, te grita algunas injurias tratando de ofender tu virilidad. "A todo el mundo le dan igual las ofensas de una puta fea y borracha", escuchaste balbucear a un tipo que se mecía tratando de conservar el equilibrio mientras pasabas junto a su mesa. 

Llegas a la barra, el cantinero te saluda, respondes el saludo con una sonrisa, no eres nuevo en ese lugar, ya algunas veces habías ido durante tu temprana edad adulta, pero es imposible que el cantinero se acuerde de ti. Ha pasado mucho tiempo desde que saliste de Ciudad Poniente, ya nadie te recuerda.

Pides una cerveza, enciendes un cigarro, y te sientas frente a la barra a escuchar los boleros descarnados que brotan de una vieja rockola.

Así es como te sientes a gusto...




Me basta asirme a tu cintura
esperando un frío beso 
que, sé, me dará calor; 
prenderme a ti, saber todo incierto 
y luego no saber de mí; 
posar mi frente a tu altura, abrir los ojos, 
ver el mundo a través de tu mundo 
y pensar que sueño, 
cansado de soñar despierto; 
saberme vivo por cansado, 
saber tuyo este momento 
y, luego, no saber quién soy. 
Para todo mal la ausencia de mi mundo, 
si en tu mundo estoy…


domingo, 20 de enero de 2013

Un Mar de Noche 1: El Licántropo

Te encuentras en la calle, en una mano: tu maleta; en la otra: un llavero, muy viejo, con tres llaves y la figurita de un delfín que, al moverle su aleta dorsal, abría la boca y salía una luz roja. Hoy la luz ya no enciende más y la pintura de aquel delfín se ha caído en su mayoría. Una leyenda que hacía alusión al acuario de la ciudad se ha borrado por completo. Por un amigo te enteraste que ese acuario había quebrado un tiempo atrás, tal parece que desde que dejaste la Ciudad Poniente todo cambió...

Decides dar un paseo por el Boulevard antes de ir a casa; ya no es el mismo de cuando niño, luce descuidado y oscuro, el viento rompe con más fuerza, las olas se precipitan agresivas hacia tí, hacia la tierra, queriendo ganar el terreno que hace mucho perdió el mar ante la civilización. 

Miras a lo lejos, aquella saliente que guarda el secreto de tus lágrimas cuando estabas triste, sigue intacta, resistiendo el paso del tiempo y el violento embestir del oleaje sobre ella. Alguien se encuentra viendo anochecer desde ahí...
¿Lo ves?
¿Lo ves? 




Es él...


Míralo, está sólo como nunca pues le falta su mirada
como un mar sin luz de luna, como un lobo solitario.
Admirando en el peñasco el incremento de las aguas.
¡Qué envidia de la marea, que no cesa ni un instante!
¡Cuanta envidia siente al verla!, de saberse tan cobarde.
un haz de dolor le parte al oír la luna comentarle:
-Tú no mereces amarle, no mereces ni mirarla...-

E inconsciente de aquel llanto que derrama, una lágrima se nota;
y no envidia por ahora más que un choque con las rocas,
convertirse en una ola, y romper con su cruel sino,
vestir al mar de asesino y desmentir su cobardía.
Cayó presa del hechizo de hombre bestia, de suicida,
y la burla de la luna perforó su honda herida,
de su boca brota espuma, aquel veneno le corrompe;
y alaridos con su nombre que hasta el aire paralizan
han salido de sus labios, el silencio está temblando,
no hay temor, sólo desdicha, y aquel hombre envuelto en rabia,
que los puños levantaba junto a aullidos a una dama,
porque aun la recordaba, y en el fondo, la quería,
y un solo nombre repetía en sus lamentos, a su amada...

Cada noche llorando podrá verlo en el peñasco,
llamándola a cada aullido, maldiciendo a aquella dama,
y su voz se quiebra y calla, y aun suspira enamorado,
el hombre lobo solitario que a la luz de luna canta...


sábado, 19 de enero de 2013

Bienvenidos a la Ciudad Poniente

Por fin se ha detenido el camión. Bajas de él con tu escaso equipaje en mano. Está atardeciendo, no hay nadie esperando tu llegada; de todas formas no esperabas que alguien estuviese ahí, y si por algún azar de la vida se encontrase alguien ahí, esperándote; seguramente ya habías olvidado su rostro, y esa persona el tuyo... 

Fue hace mucho que abandonaste este lugar, tus pisadas suenan raras en la losa de la terminal, como huecas, exaltando el vacío del sitio, invocando los miedos que tenías de niño...

Ya no recuerdas cual fue el motivo por el que abandonaste la ciudad, no te importa recordarlo, has vuelto, no es el sitio donde perteneces, nunca te sentiste perteneciente aquí, pero es el sitio donde debes estar, y lo sabes...

Sales a la calle, con un ligero arrepentimiento...

Aquí estás, para bien o para mal, Bienvenid@...